La reaparición de nuevos casos de Gripe Aviar de Alta Patogenicidad (IAAP) en las Islas Malvinas, un virus que ha provocado la pandemia animal más grave de la historia reciente, pone no solo de manifiesto la magnitud de la tragedia ambiental que padece esta región sino también los altos costos que trae aparejado la ocupación militar que ejerce el Reino Unido sobre un territorio que no le pertenece.
Por Jorge Poblette
La reciente confirmación por parte del ilegitimo gobierno de las Islas Malvinas de “un manifiesto incremento en la mortalidad” de pingüinos en Bahía Yorke, con “señales consistentes con el virus de la gripe aviar” de Alta Patogenicidad (IAAP)cerca de Puerto Argentino, ha encendido nuevamente las alarmas sanitarias en el Atlántico Sur.
Los nuevos brotes de gripe aviar, no dejan de ser un crudo recordatorio de las consecuencias que trae aparejada la invasión humana a ecosistemas y habitat de otras especies, y el riesgo de que los vectores epidemiológicos redefinan la seguridad y la geopolítica de una región como sucedió con el COVID 19. El virus, que ya generó importantes números de muertes de aves silvestres y mamíferos marinos desde su aparición en distintos puntos de la Patagonia, avanza sin reconocer barreras geopolíticas, obligando a la Argentina a elaborar urgentes respuestas sanitarias.
El virus que está presente en el territorio austral es la cepa H5N1 de la Gripe Aviar de Alta Patogenicidad (IAAP), que apareció en 2020 y ha provocado la pandemia animal más grave de la historia reciente Los más importantes vectores que propagan la enfermedad en el Atlántico Sur son las aves silvestres, principalmente migratorias, que fungen como huésped natural del virus y son el principal vehículo de diseminación de la enfermedad a través del continente.
La virulencia de esta cepa no se limita a las aves: ha demostrado capacidad de saltar a mamíferos marinos, causando una altísima letalidad y diezmando colonias enteras a lo largo de la Patagonia, las islas subantárticas y la Antártida. La preocupación del mundo científico en Malvinas y la Antártida es que el virus se establezca y diezme poblaciones únicas que no tienen inmunidad natural, generando un desastre ecológico de muy difícil recuperación.
El letal recorrido de la gripe aviar
Para dimensionar la catástrofe solo basta con seguir el desplazamiento de este virus en la región. En 2023, Argentina confirmó por primera vez la introducción de la influenza aviar altamente patógena, lo que provocó brotes tanto en aves silvestres como en aves de traspatio, aves de granjas comerciales y mamíferos marinos. Esta cepa había llegado a través de aves silvestres migratorias que recorren anualmente el continente de norte a sur. Si bien se tuvo que implementar una vigilancia epidemiológica y rápidas medidas de control, el país se autodeclaró libre de dicha enfermedad ante la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) en agosto del mismo año. Durante el año 2024 no se denunciaron nuevos casos, al menos en el ámbito de la producción avícola. Luego de un rebrote, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) consigue a principios de octubre de 2025 que nuevamente se declare al país libre de esta enfermedad, lo que le permite retomar de manera plena las exportaciones de carne y subproductos avícolas, un negocio que ronda los 250 millones de dólares al año.
Pero la fauna silvestre no corrió la misma suerte. En el continente sudamericano, la cepa destruyó poblaciones ubicadas en la costa, causando la muerte de miles de lobos marinos y exterminando en Península Valdés, a casi todas las crías de elefante marino nacidas en 2023, un número que rondó las 18.000 individuos. Más grave aún es que los científicos revelaron que esta panzootia golpeó con fuerza a las hembras reproductivas, las que disminuyeron un 67% en las áreas de mayor densidad, cayendo de 6,938 individuos en 2022 a 2,256 en 2024 afectando su reproducción. Se necesitarán 100 años para volver a recuperar la población diezmada. Luego el virus se fue propagando hacia el Sur. En el 2023 esta influenza aviar llega a las Islas Malvinas y, a comienzos del 2024, ya se computa la muerte de miles de pichones de albatros y pingüinos . En setiembre de ese año, a 1000 kilómetros al sureste, en las islas subantárticas de Georgia del Sur y Sándwich del Sur se detectan también poblaciones contagiadas de pingüinos Rey y Papúa, albatros, petreles, págalos pardos, focas, elefantes y lobos marinos , cormoranes de Georgia del Sur y el charrán antártico. La presencia del virus en esta región es particularmente crítica ya que allí alberga el 95% de la población mundial de lobos marinos antárticos Finalmente, el patógeno terminó su letal recorrido en la Antártida con detecciones confirmadas en 13 especies distintas analizados en 24 localizaciones del mar de Weddell y la península antártica occidental.

A mediados de 2025, el panorama epidemiológico en el Atlántico Sur Austral indica que no se trata ya de una enfermedad estacional sino de una realidad consolidada y potencialmente endémica en la fauna silvestre. El interrogante es que va a suceder con esta amenaza biológica teniendo presente la alta vulnerabilidad de la Antártida y las islas subantárticas ante la temporada reproductiva 2025/2026. Los únicos avances se orientan a establecer protocolos o guías con recomendaciones para enfrentar situaciones potencialmente peligrosas para la salud humana. Ejemplo de ello es la “Evaluación de riesgos biológicos actualizada y recomendaciones para la influenza aviar de alta patogenicidad en la Antártida” producido por el Comité Científico de Investigación Antártica, organismo internacional que asiste al Sistema del Tratado Antártico donde, a modo de síntesis, se afirma que desde 2021 la influenza aviar de alta patogenicidad (IAAP) H5N1 ha afectado a más de 350 especies de aves silvestres y 60 especies de mamíferos.
Este recorrido del virus traza una lógica y un riesgo que no reconoce demarcación geográfica ni política, demostrando que la fauna del Atlántico Sur y la Antártida, al ser un ecosistema continuo, requiere una gestión de crisis especial. Sin embargo, el manejo de la panzootia en esta área del Atlántico Sur, en particular en las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich de Sur y los espacios marítimos circundantes, está intrínsecamente ligado a la compleja realidad geopolítica, que desemboca en la implementación de estrategias de bioseguridad distintas en zonas que son adyacentes.
Un problema, dos estrategias
Mientras que Argentina, a través de SENASA, priorizó con éxito la protección del status sanitario para el comercio avícola, de indiscutible importancia económica, la plaga ecológica en la fauna silvestre patagónica se administró con protocolos de vigilancia y contención de riesgo humano. Por su parte, el Reino Unido, a través del British Antarctic Survey, su organismo científico antártico, concentró sus esfuerzos en la detección temprana y la investigación científica, imponiendo estrictos protocolos logísticos y turísticos en los territorios ilegítimamente usurpados.
Un dispositivo de cooperación multilateral para el manejo de la panzootia es el que se está desarrollando bajo el paraguas del Sistema del Tratado Antártico (STA) y que encabeza el Comité Científico de Investigación Antártica (SCAR) del cual es parte el Instituto Antártico Argentino (IAA) y que trabaja en estrecha colaboración con socios como la Red de Gestión de Programas Antárticos Nacionales (COMNAP) y la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO).

Mientras, el riesgo sistémico persista y no se encuentre un marco de cooperación multilateral para avanzar en una respuesta coordinada frente a este flagelo, la crisis de bioseguridad generada por el avance de la gripe aviar en los archipiélagos de las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y espacios marítimos circundantes pone de relieve los altos costos que se deben soportar por la ocupación militar del Reino Unido de esos archipiélagos. Argentina, legitimo titular de ese patrimonio natural, incluyendo aves y mamíferos marinos, padece el daño ambiental y la pérdida de biodiversidad en una de las regiones de mayor abundancia de biodiversidad del Atlántico Sur.
Esta situación es otro elemento que subraya la necesidad que el Reino Unido acate las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas para poner fin a esta disputa territorial. Las urgencias ambientales y la integridad territorial así lo requieren.

