La inhumana historia de la esclavitud en los países del Atlántico Sur proyecta su pesada sombra de racismo y clasismo sobre nuestras estructuras sociales. También aquel modelo colonial persiste en la actualidad, a través de la usurpación territorial, la depredación de recursos, la deuda externa y la pérdida de autonomía. La batalla cultural, como lo hicieron los pueblos esclavizados, es el espacio vital para recuperar la propia voz y la propia historia.

Por Jorge Poblette

Para entender las complejas relaciones Sur-Sur y las profundas asimetrías de nuestro tiempo, debemos mirar al pasado; la historia de ese primer gran corredor marítimo del Atlántico Sur que unió, pero también fracturó a Sudamérica con África: el tráfico de personas esclavizadas. Lejos de ser solo un brutal recordatorio histórico, aquel sistema de dominación colonial, prolijamente legalizado y militarizado, sentó las bases de lo que hoy conocemos como Sur Global y dejó una inconfundible herencia cultural en Brasil, Uruguay y Argentina. Sin subestimar las cifras de la tragedia, los barcos y puertos de la vergüenza y el rol de las potencias europeas en la venta de personas, es necesario reconocer, como contraste vital, los aportes y la herencia africana que a través del arte, la música, la lengua, la danza y otras expresiones culturales y religiosas se ha convertido en una potente declaración de resistencia contra el legado colonial en nuestra región.

El Atlántico Sur, entre los siglos XVI y XIX, fue transformado por las potencias europeas en una máquina geopolítica, en un instrumento organizado y controlado por los intereses de poder del Norte Global. El comercio transatlántico de personas esclavizadas no fue solo un negocio, sino el primer modelo extractivista que sufrieron los territorios de esta cuenca, sustentado en la dominación colonial. La deshumanización de la fuerza de trabajo africana, garantizada por un marco legal pergeñado por Europa, fue el instrumento político que garantizó la rentabilidad de las colonias americanas. En esencia, el impacto global de la esclavitud en el desarrollo del capitalismo temprano y en el sistema colonial, en particular, operó bajo la premisa de que millones de vidas eran simples recursos que aseguraban las riquezas de los imperios de la época.

El comercio de personas esclavas se estableció mediante férreos mecanismos legales y militares. Las Coronas europeas vendían licencias a empresas o individuos que los autorizaba a traficar personas.. Dado el valor económico de la trata, las potencias de la época brindaban protección militar al tráfico transatlántico. Estos dispositivos fueron variados: Fuertes y castillos en la costa occidental africana que se utilizaban como puntos de concentración de esclavos y centro comercial para mantener el control estratégico de la mano de obra cautiva que sostenía este modelo económico; protección en las rutas marítimas de los barcos negreros muchas veces atacados por sus adversarios políticos y comerciales y tropas coloniales para reprimir las insurrecciones o reestablecer el orden contra las revueltas o fugas que se producían en las plantaciones, minas o ingenios. Así se garantizaba el negocio en el eje África-América. Este antecedente sería un elemento precursor de futuras prácticas coloniales: la soberanía europea sobre el comercio esclavista se ejercía con todo rigor sobre el Atlántico Sur y sus comunidades, consideradas meros recursos a explotar.

El sistema de esclavitud es una señal temprana pero inequívoca de cómo las grandes potencias utilizaron la violencia y el derecho internacional para ejercer el control sobre extensas zonas de la cuenca Atlántica. Al igual que se desplegó fuerza militar para proteger el negocio esclavo, hoy encontramos un patrón similar en torno a la presencia británica en el Atlántico Sur: el despliegue de fuerzas militares para proteger los intereses geopolíticos y económicos de los territorios usurpados a la Argentina. Es la historia repetida de cómo el Atlántico Sur fue y sigue siendo un lugar de disputa cuyos intereses se definen por fuera de la región.

Para ilustrar la magnitud de esta tragedia se “ha documentado que entre 1525 y 1866 se realizaron cerca de 36 mil viajes trasatlánticos directos entre África y las Américas, los cuales transportaron 11 millones de africanos esclavizados en dicho periodo, en los que cinco millones desembarcaron en Brasil”. Pero ese no fue el número total de personas esclavizadas ya que más de un millón murió en la travesía, conocida en la época como Paso Medio. Las personas capturadas, sometidas a esclavitud, vendidas como mercancía o forzadas a la servidumbre provenían mayoritariamente de Angola (puertos de Luanda y Benguela); Reino del Congo y el Congo; Golfo de Guinea (Costa de Oro y Costa de los Esclavos) actuales territorios de Nigeria, Benín y Ghana y en medida Senegambia (que incluye partes de Senegal, Gambia y Guinea-Bisáu).

Brasil fue el destino final de la mayor parte del comercio transatlántico de personas esclavizadas. Alrededor del 40% de este tráfico llegó a estas costas alentado y legalizado por la Corona portuguesa que sostenía un modelo colonial que se apoyaba casi exclusivamente en el trabajo esclavo utilizado para la explotación de caña de azúcar, la minería de oro y las plantaciones de café. Entre 1585 y 1835, al menos doscientas mil personas africanas y afrobrasileñas esclavizadas fueron traídas a la región del Río de la Plata que incluía territorios de la actual Argentina, Uruguay y Paraguay Aquí, el tráfico fue regulado principalmente por el sistema español de “Asientos de Negros”, que eran contratos o licencias monopolísticas que la Corona vendía a particulares para importar personas y que operaba desde puertos como Buenos Aires y Montevideo.

El lento proceso de la abolición

Las potencias europeas se alternaron el predominio del tráfico esclavo. Portugueses, holandeses, franceses e ingleses, en ese orden se fueron sucediendo los imperios esclavistas. La llegada del siglo XIX trajo los primeros movimientos abolicionistas, impulsados principalmente desde Europa. Este proceso fue lento y muy resistido. El Reino Unido prohibió su propia trata en 1807 y tipificó la esclavitud como delito grave en 1811.También creó el Escuadrón de África Occidental (una fuerza naval) que se dedicó a reprimir el tráfico en alta mar. Se estima que, hasta 1860, esta escuadra capturó alrededor de 1.600 barcos negreros. Luego fueron las demás potencias quienes en el Congreso de Viena (1815), decretaron formalmente la abolición de la trata. Recién en 1865 la Constitución de los Estados Unidos incorpora la Enmienda que dan fin a esa práctica. Brasil fue el último país de América en abolir la esclavitud en el año 1888.

La abolición de la esclavitud en el Río de la Plata no fue un simple acto de buena voluntad revolucionaria. Los primeros esclavos ganaron su libertad luchando por expulsar a los ingleses en 1806. Si bien la Asamblea del año XIII dictó la “Libertad de Vientres” (los hijos de esclavos nacían libres), el proceso fue lento y resistido. Además del complejo entramado empresarial y legal que sostenía este comercio, había que lidiar con muchas familias distinguidas de la élite porteña de Buenos Aires y el interior, monárquicas, devotas y caritativas, que hicieron su fortuna con este tráfico humano.

Las jóvenes repúblicas estaban acorraladas: por un lado, las ideas revolucionarias de libertad e igualdad; por el otro, la presión geopolítica. La Marina Real británica, autoproclamada “policía del Atlántico”, se arrogó el derecho a inspeccionar, detener e incautar buques sospechosos frente a las costas rioplatenses. Esta injerencia del Reino Unido demostró que aunque la esclavitud terminara, el control marítimo y la soberanía regional seguían supeditados a los intereses de las potencias navales.

La supervivencia cultural: Resistencia a la dominación

Frente a un sistema colonial que buscaba silenciar, someter y anular toda identidad africana, prohibiendo lenguas, nombres, rituales y otras expresiones, convirtieron a los factores culturales en los verdaderos instrumentos de resistencia. La música, el baile y el culto no eran solo formas de ocio; fueron símbolos políticos que desafiaron la opresión y abrieron una brecha para mantener viva la memoria colectiva.

La herencia cultural africana en Brasil se manifiesta de en distintas expresiones íntimamente ligadas a la historia de la población esclavizada y afrodescendiente, entre ellas de la Capoeira y la Samba. La Capoeira, una disciplina que fusiona elementos de lucha y danza, tiene sus orígenes en el siglo XVII como una forma de resistencia y entrenamiento disimulado entre los esclavos. Su profundo significado histórico fue formalmente reconocido por la UNESCO, que la declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo su valor en la identidad brasileña.

Por su parte, la Samba, actualmente el género musical y de danza más representativo del país, se remonta al siglo XIX. Surgió en Brasil cuando las comunidades afrodescendientes comenzaron a mezclar sus tradiciones musicales con formas rítmicas europeas. Inicialmente conocida como Samba de Roda, se interpretaba en celebraciones y festivales de los antiguos esclavos. Un punto de inflexión en su difusión fue la creación de las Escolas de Samba en Río de Janeiro. Estas organizaciones comunitarias, que compiten en los desfiles de Carnaval, fueron focos de resistencia e y promotores internacionales de este género.

Otra expresión mundialmente reconocida es el Carnaval. Aunque de origen europeo este se transformó radicalmente gracias al profundo mestizaje con las tradiciones africanas e indígenas. La incorporación decisiva de instrumentos de percusión africana y ritmos como la samba y el maracatú, vehiculizados a través de las escolas de samba y los afoxés, son una poderosa expresión de libertad y una muestra de influencia africana en la identidad cultura de Brasil.

Las religiones de origen africano, principalmente el Candomblé y la Umbanda, mantienen una profunda vigencia en Brasil. Su significado trasciende la mera creencia espiritual; son un pilar de la identidad y un legado directo de la trata transatlántica de esclavos. Para la población esclavizada que cruzó el Atlántico Sur, estas prácticas constituyeron un sistema vital de supervivencia y resistencia frente a la deshumanización a los que fueron sometido. Al ser despojados de su lengua y nombre, el culto a los Orixás (Candomblé) o a los espíritus guías (Umbanda) les permitió construir un vínculo inmaterial con la tierra, su raza y su memoria. En los quilombos (comunidades de esclavos que habían logrado escapar), la religión se convirtió en un factor de cohesión para resistir al sistema esclavista.

El candombe uruguayo, Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO, fue originalmente interpretado y bailado por africanos libres y esclavos en Montevideo. El candombe fue la danza y la expresión musical-religiosa más importante del colectivo afro. Paradójicamente esta música y danza que fue una válvula de escape a la tragedia que enfrentaban los esclavos, ha impregnado de tal manera esa comunidad, que se ha convertido en un elemento cultural que identifica a Uruguay. Desde mediados de 1800 hasta hoy, el candombe ha sido una de las piezas centrales del Carnaval anual de Montevideo.

El tango argentino también es hijo del mestizaje cultural. Nacido bajo influencias africanas, indígenas, europeas y criollas representa más que un género musical o una danza, una parte sustancial de la identidad nacional de los argentinos. Según reconocidos estudiosos “Los inmigrantes europeos enriquecieron, complejizaron e hicieron evolucionar el tango a lo que hoy conocemos. Pero el género fue, en su origen, negro, vinculado con la milonga urbana y ésta con el candombe y otros géneros afroporteños menos conocidos”.

Legados y desafíos

En el año 2006, la Asamblea General de la ONU designó el 25 de marzo como el Día Internacional para la Conmemoración del 200 Aniversario de la Abolición del Comercio Trasatlántico de Esclavos. Al reconocer el efecto perdurable de la esclavitud en el mundo moderno; los Estados Miembros también aceptaron que la esclavitud fue el corazón de la “profunda desigualdad social y económica, odio, fanatismo, racismo y prejuicios que siguen afectando hoy a la gente de ascendencia africana”. El propósito de este día es honrar la memoria de aquellos que murieron como resultado de la esclavitud, incluyendo aquellos que murieron en “paso del medio” y en la lucha por la libertad.

Pero el colonialismo y la esclavitud no solo dejaron una brecha desigualdad que estos países no han logrado cerrar sino que sigue vigente la búsqueda de mayor autonomía frente a las potencias occidentales. La construcción de un Sur Global, de los BRICS, de la ZPCAS y tantas otras instituciones son espacios que denuncian la concentración de la riqueza forjada por siglos de explotación colonial y la necesidad de un sistema internacional más equitativo.

La lucha contra el racismo y la desigualdad en el plano interno, es por lo tanto, inseparable del reclamo de un multilateralismo equitativo en el escenario mundial. La poderosa herencia cultural afrodescendiente, forjada en la resistencia y la insurrección, es el testigo vivo de que la lucha por la justicia siempre empieza por recuperar la propia voz y la propia historia.

Jorge Poblette
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