El gobierno de Milei exalta la subordinación a Estados Unidos y a sus aliados principales al mismo tiempo que oculta y desatiende asuntos relevantes para el interés argentino y la soberanía nacional.
Por Guillermo Carmona
Días atrás explotó en las redes sociales la indignación frente a la decisión de la Cancillería mileista de ocultar el fuerte apoyo internacional que la Argentina obtuvo del Grupo de los 77 más China en relación con la Cuestión de las Islas Malvinas. No han quedado dudas de que no se ha tratado de una simple omisión o de un olvido involuntario. No es factible que en el gobierno no se hayan enterado del apoyo de nada menos que 133 países de un bloque que integra la Argentina y que representa dos tercios de la comunidad internacional. Para evitar la comunicación de semejante acontecimiento se requiere de una decisión premeditada.
A pesar de las críticas generalizadas por el silencio ante un hecho tan significativo, toda la línea de responsables de la cuestión Malvinas, conformada por el canciller Werthein, la secretaría Di Chiaro y el director Fernández Valloni, optaron por omitir cualquier declaración que reconociera la relevancia del hecho o expresara el agradecimiento público por el apoyo de países que siguen bancando nuestra causa nacional a pesar de haber sido víctimas de los frecuentes y groseros exabruptos presidenciales.
En cambio, la Cancillería decidió celebrar el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a la activista venezolana María Corina Machado, una ultraderechista como Milei que ha promovido la invasión militar estadounidense contra su patria -lo que además implica una agresión a toda América Latina y Caribe dado su carácter de Zona de Paz-, ha expresado un nivel de sumisión a Trump escandaloso y apelado al apoyo del genocida Netanyahu a sus aventuras golpistas.
En el elenco gubernamental libertario también han abundado los gestos de beneplácito por la llegada del nuevo embajador británico, David Cairns. Tras la presentación de las cartas credenciales ante el canciller Werthein, el jefe de Gabinete Guillermo Francos festejo la “colaboración bilateral” con Gran Bretaña al recibir al embajador en la Casa Rosada. Para no dejar dudas de que el vasallaje con Estados Unidos incluye también la subordinación a los intereses británicos, los ministros Cuneo Libarona y Lugones, y la ministra Bullrich apuraron los encuentros con el representante de la potencia ocupante de una porción muy importante del territorio nacional. ¡Los tres en la misma semana!
Sin embargo, las celebraciones más rutilantes de la claudicación frente al poder extranjero se han reservado a los cotidianos actos de subordinación del presidente y sus ministros hacia Trump y sus procónsules, de los que viene siendo testigo el mundo en las últimas semanas. Las estadísticas no fallan para graficar la absoluta prioridad que Estados Unidos tiene en las congratulaciones oficiales argentinas: 9 de cada diez publicaciones en las redes sociales de la Cancillería están destinadas a celebrar actos que reflejan la situación de vasallaje con Estados Unidos y sus dos aliados principales: Israel y Gran Bretaña.
Resulta evidente que el Presidente y la gestión libertaria de la Cancillería desprecian el nuevo mundo que emerge desde el Sur Global y que se manifestó contundentemente en la reunión de Ministros de Relaciones Exteriores del G-77 más China. Se trata del respaldo de los países latinoamericanos y caribeños que conforman una CELAC a la que Milei decidió ignorar no concurriendo a sus cumbres y boicoteando sus declaraciones para romper los consensos; del acompañamiento de los países sudamericanos cuyos presidentes fueron tachados de ladrones, corruptos y comunistas; de la expresión de solidaridad de los países árabes, cuyos embajadores fueron dejados plantados esperando la llegada del presidente y que han soportado estoicamente las provocaciones de un alineamiento automático con el Estado de Israel que ha implicado, entre otros hechos desafortunados e internacionalmente ilegales, el compromiso del traslado de la Embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalén; del patrocinio de los cada vez más influyentes países asiáticos y de la India; del apoyo de un continente africano absolutamente cancelado en la política exterior del actual gobierno; se trata, en fin, del aval a la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas que sostiene invariablemente China, segundo socio comercial de la Argentina y soporte financiero gracias al cual la administración ultraderechista, a pesar de sus ataques e improperios, salvó la ropa con la renovación del swap.
Esas regiones y los países que las conforman han actuado con una coherencia y dignidad que no se le conocen al actual gobierno argentino. Son consecuentes con una práctica que año a año renueva la exigencia de que el Reino Unido cumpla con las más de 50 resoluciones de las Naciones Unidas sobre la Cuestión de las Islas Malvinas, se siente a la mesa para retomar las negociaciones y cese en su accionar unilateral y depredatorio de los recursos naturales que pertenecen a la Argentina. Y son consecuentes, como países que han padecido el colonialismo y aun sufren sus secuelas, con la denuncia de la persistencia de un régimen de dominación territorial que apela al uso de la fuerza y a los más deplorables artilugios diplomáticos para perpetuarlo.
Los intereses de la Argentina, a pesar de Milei, están cada vez más vinculados a esos países que representan los principales destinos de nuestras exportaciones, comparten la aspiración de alcanzar una nueva arquitectura multilateral acorde a la realidad de los tiempos que vivimos y repudian toda forma de imperialismo, colonialismo e injerencismo.
Si hay algo que los integrantes del anglófilo gobierno libertario no aprendieron de sus admirados Churchill y Thatcher es la firme adhesión que sostuvieron a la lección de pragmatismo que consagró en el siglo XIX Henry John Temple, más conocido como Lord Palmerston : «No tenemos aliados eternos, y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestro deber es vigilarlos».
Confundir con amigos a los países según la afinidad ideológica de los gobernantes circunstanciales es un error que genera altos costos para los intereses nacionales. Someter a la Argentina a la condición de vasallaje con esos países y gobiernos es, además de inconveniente, imperdonable.

